jueves, junio 15, 2006

Cascabel

El asesinato de una niña inocente generó una reacción multitudinaria para protestar contra la delincuencia que azota a Guayaquil y sus alrededores. La marcha de protesta es una campanada de advertencia contra los agentes de la muerte que van estrechando, cada vez con más furia, el círculo tenebroso que han creado en la ciudad.La protesta candente llena de coraje e imprecaciones reunió a miles de personas de toda condición para pisar el terreno y desafiar, en franca y valiente actitud a la contracultura de la vida organizada. Significó un espaldarazo a la lucha y la supervivencia honradas, que mantiene al ser humano con todos los derechos divinos como ente supremo de la creación.La protesta es solo una respuesta al dolor que están causando tantas desgracias; es como un grito desesperado clamando contra la impotencia en que ha caído la sociedad guayaquileña, pero a la vez es el gemido estentóreo que clama por tener el derecho a que su gente sienta la felicidad de poder trabajar con honor, de dormir tranquilos y al clarear el día poder desnudar el pecho y decir: ¡Gracias, Señor, porque hay paz y seguridad en nuestro alrededor...!¿Vendrán después de la manifestación el frío, la indiferencia, la inercia, la irreligión, la incuria y la discontinuidad? Y, sobre todo, esperemos que no prime la “entrega” de la explosión al gobierno de turno, eterno sepulturero de las grandes acciones populares que demandan orden y justicia.Si no se organiza de inmediato el resultado –convertir la reacción en acción– será como dejar el hierro que se puso al rojo que se enfríe, y no sirva al propósito. Si llega a faltar la acción adecuada y creativa, el proceso se revertirá.Estamos ante un proceso social que demanda un revulsivo. Sin embargo, si el cisma no se lo atiende con presteza, inteligencia, estrategia, honradez, altos ideales, instituciones nuevas y novedosas que no sean solo punitivas sino generadoras de una nueva mentalidad; con oportunidades para generar ingresos a los pobres y estímulos a los jóvenes, entre tantos otros medios de la tecnología, que los pueden sugerir sociólogos y antropólogos, y los medios que generan opinión.Es verdad de a folio que la solución básica hacia una sana sociedad está en la educación dirigida, pero esta no tiene efecto a corto plazo. Si en una sociedad maltrecha se quiere solucionar el proceso destructivo de la mañana a la noche, es cuesta arriba pero no imposible lograr buenos resultados: la enfermedad no es atávica sino de contaminación. La educación para construir una nueva sociedad –es lo que demanda Guayaquil– tiene que ser un “proceso inteligente”, que involucre la cultura de las generaciones existentes. El reto es para todos. Poner parches a determinadas crisis sociales en ocasiones causa más circunstancias negativas.Se necesita un estudio profundo de “marketing social” que arranque con el análisis del proceso desde su origen (¿por qué la ciudad hace cincuenta años, por ejemplo, no tenía los niveles de delincuencia y peligrosidad que ahora sufre?).¿Quién le pone el cascabel al gato?

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